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Las nubes de Alaska [personajes]


Valya

El frío se enredó para siempre entre sus costillas, junto a un rincón en el que eternamente dormiría su dolor. Se congeló de dentro afuera, sin darse cuanta siquiera, pues todo empezó como un cosquilleo helado acariciándola en la punta de los dedos de sus pies diminutos, y terminó transformando su aliento en un soplido de hielo. Se volvió tan gélida y dura como un iceberg; y como un iceberg flotando entre abismos de agua sabor a sal, se fue disolviendo lentamente, se deshizo su sonrisa, se fundieron esas arruguitas que se la dibujaban a ambos lados de su boca carmesí. También como un iceberg era su piel, blanca y suave. Pulida como una Matrioska de porcelana.
Valya te miraba y te partía en dos. Era tan cristalina como su azul de pupila, y sus facciones perfectas eran el vivo reflejo de la palabra amargura, pues estuvo su corazón congelado y escondido bajo una coraza, desterrado de su propio cuerpo. Dentro de él, un vacío que espantaría al más valiente, telarañas, y un rastro de recuerdos rotos sepultado bajo el manto del polvo de los años. Tras las esquinas, alguna botella de vodka vaciada a conciencia, pues cada gota de alcohol consumida por ella era una lágrima que recorría, melancólica, uno de sus pómulos enamorados del frío finlandés.
Valya exquisita. Valya como un vendaval. Valya y sus rubios cabellos con olor a otoño. Valya... La que ya no está.


Danko

Danko era el desgraciado del que Valya, la Rusa, se había enamorado. Danko: finlandés, callado, huraño, manos grandes, corazón... Aún más. Tanto que Valya temía en silencio que un día se le abriera el pecho en dos. 
Danko te miraba y te hacía morir por dentro con la rapidez de un relámpago. Te abrumaba con un sólo roce de yemas, con un batir de alas del gorrión de sus párpados. Olía a leña quemada y caminaba como si el suelo fuera a desvanecerse en cualquier momento y hubiera que pisarlo con el ansia de un gigante. Valya, por el contrario, era frágil, una mariposa de cristal. Y desnuda lo parecía aún más. Es por eso por lo que Danko se cuidaba de abrazar su cuerpo menudo con una suavidad que ni él mismo poseía, como si temiera romperla con sus torpes movimientos, como si fuera una débil muñequita diamantina perdida en entre las zarpas de un oso pardo. Siempre que la acariciaba lastimaba su fina piel con esas manos salvajes y ásperas... Pero cómo resistirse a su translúcida belleza... A sus labios escarlata. A su aliento invernal. A sus pechos de estalactita. Y, sobre todo, a sus orgasmos de vendaval.
Valya era hielo. Puro hielo.
Él... Danko era llamas, calor. Danko quemaba como el Sol. Danko abrasador. Danko... El que ya no está.
Pero al menos estuvo, e hizo arder al iceberg.